jueves, 23 de agosto de 2012

La espada de Rinoguchi

Hay ocasiones en las que una persona nace en el momento, lugar y con las circunstancias equivocadas. Buena muestra de ello es mi amigo Rinoguchi. Como habréis adivinado, por su nombre, es de procedencia asiática, concretamente de Tokio, Japón. Pero se da en este caso una combinación de singularidades que hacen su vida más complicada de lo normal. 

Rinoguchi, ha nacido en el seno de una familia relativamente acomodada de la burguesía japonesa del siglo XVI. Como bien sabemos, el avance de la isla nipona ha sido muy anacrónico respecto al resto del mundo, viviendo en una época casi medieval unos 500 años atrás. Casi como los norteamericanos, casualidades de la vida. Bien, pues el principal problema que encuentra Rinoguchi en su vida es que, en una sociedad como la japonesa en ese momento histórico, un sordomudo es objeto de deshonra, burlas y abandono por parte de su familia que, avergonzada, cree que ha recibido un castigo de Dios, tanto que su padre, cada mañana cuando se levanta para ir a trabajar, siempre pide en sus plegarias que muera o desaparezca la causa de su desdicha, desgraciadamente, su propio hijo.

Rinoguchi es un joven optimista. A veces, viendo a otros seres desafortunados de su entorno piensa que podía ser peor, que podría ser mujer, y entonces sí que estaría condenado a la indigencia, más allá del ostracismo en el que ahora vive.

El joven chico de ciudad, es un amante de los sables y el kendo. De vez en cuando huye de la ciudad a zonas rurales donde practica por sí sólo, mientras grita a los árboles a la vez que los golpea, descargando toda su frustración. Sólo los pájaros son testigos de su existencia y entonces, tras un rato, se siente tranquilo y en paz, sin ser juzgado. A Rino, como le gusta que le llamen, nadie lo entiende. Es por eso que se siente muy identificado con los animales y ama perderse en la naturaleza. Alguna vez se ha perdido de casa durante semanas, para ver hasta que punto lo desean sus padres. Nadie se molesta en buscarle. Sólo su madre derrama lágrimas en silencio sobre la mesa de la cocina.

Cuando mira la espada que le regaló su padre, de pequeño, ve refulgir en él la personalidad de lo que un día llegará a ser. Duro como el acero, con un brillo que refulge con toda intensidad y devastador ante todo lo que se pone en su camino. Más de una vez ha pensado en unir el acero dentro de su cuerpo, hacer que sean sólo uno, pero siente que huir no es la salida a ningún problema.

Así pues, sin poder comunicarse, denostado, olvidado y perdido en la inmensidad del bosque, se encuentra consigo mismo, con su verdadera naturaleza y en ese estado, tras varias semanas de meditación, alcanza el nirvana, la Verdad absoluta, diluyéndose su alma bajo la copa del árbol milenario en que, dos décadas antes, fue engendrado.




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