Acababa de cumplir 28 y esa noche tenía una cita con Sindy.
Después de varios años viviendo experiencias alucinantes, increíbles, y pasando
días y noches enteros de sexo, así como auténticas temporadas de placer sexual
con mujeres que antes jamás hubiera soñado, esa mañana me sentía con una
energía sobrehumana.
Iría a trabajar a la oficina de Naciones Unidas de Brasilia
en mi nueva adquisición, un Bentley de importación que refulgía al baño del sol. Hacía un mes que había estado de viaje con Patricia mi compañera de
trabajo del Gabinete de Comunicación y Ley, e íbamos a tratar temas de suma
importancia humanitarios en la cumbre de Shangai.
Recuerdo que tras horas de larguísimas pero prolíficas y
acalorados debates conseguimos llegar a un acuerdo, y decidí tras unas horas
en el gimnasio privado tonificando mis músculos, ir a tomar una copa. Allí me
esperaba Patricia con un sensual vestido rojo que resaltaba su maravillosa
figura. Su tez morena, su pelo largo y negro recorriendo sus curvas y su
sonrisa blanca y juguetona lo decían todo. Había sido un día duro, pero
satisfactorio y aún faltaba lo mejor.
Yo, con un traje de etiqueta que se ajustaba a mi cuerpo
atlético con elegancia, miré el reloj con tranquilidad y me acerqué a ella.
Llegas pronto, si que tenías ganas de verme-le dije con una sonrisa.
Ella sonrió tratando de ocultar su estado de excitación y nervios, pero su lenguaje corporal lo decía todo: me miraba a los ojos con
deseo, y su cabello dejaba entrever en su cuello una gargantilla de oro que le llegaba hasta los senos. Estaba
espectacular, radiante y lo sabía. Tras varios obstáculos, esa noche era sólo para los dos.
Pedimos un Martini doble, mezclado no agitado como en las
películas del señor Bond, y mientras tomábamos tranquilamente la copa, y
conversábamos empecé a dar chispa a la conversación tirándole pullitas y aunque
ella al principio se quería hacer la chica buena, me seguía el juego de jugar al ratón y al gato.
Cada vez estábamos más cerca y nuestros cuerpos estaban
separados por unos pocos centímetros. La sana y necesaria tensión sexual se palpaba en el aire. La invité
a tomar una última copa en mi cuarto, susurrándole al oído que sentía la inaplazable necesidad de hacerla esa noche la mujer más feliz del
mundo. Ella excitada cogió mi mano y subimos a mi habitación. La 369.
Sugerente.
Una vez allí y tras conversar unas pocas palabras nuestros
labios se acercaron como por arte de magia, obra de la pura atracción mutua y
desnudándonos lentamente, besándonos con pasión ella me descubrió su precioso
cuerpo. Yo me quité la camiseta y ella acarició mis pectorales y mis brazos. La
mordí sensualmente en el cuello y la noté derretirse. Pronto, estábamos
desnudos y disfrutando ardientemente de nuestros cuerpos, jadeando al unísono,
a un ritmo frenético y compenetrado, entregados al placer de nuestros sexos.
La
agitación nos hizo perder la cabeza y el sentido del tiempo, hasta que acabamos
exhaustos. Tras un ligero descanso y repetir, esta vez más suave y
cariñosamente, quedamos dormidos, ella encima mía, sintiendo su cabeza en mi
pecho y pedí a Dios que esa noche no se acabara nunca. Por suerte, habría
muchas noches más.